domingo, 27 de diciembre de 2015

Un cuento de Navidad -Tomasa

                                        Tomasa la mujer sin ilusión

Hace mucho, mucho tiempo, vivió en una gran ciudad, una mujer (llamada Tomasa).

La cual era la dueña de una tienda de empeños, donde la gente dejaba parte de lo que tenían, a cambio de un poco de dinero que arreglar sus problemas.

Tomasa ya era una mujer mayor y aunque la vida no la había tratado bien en el amor, si en los negocios, ya que su negocio en tiempos difíciles, era cuando mas ganaba y mas ahora que se acercaba la navidad.

La vida no le había dado hijos, ni sobrinos, ya que la única familia que tenía era a su hermano Pedro, que aunque estaba casado desde  joven la vida no le había dado hijos, por mucho que los deseo.

Pero Tomasa no se llevaba bien con su hermano que era menor que ella, ya que a pesar de no tener hijos y ser pobres, los amigos no le faltaban ya que era un hombre con un gran corazón.

Era el día antes de navidad, y la tienda estaba llena de gente, queriendo vender algunas de sus cosas a cambio de algo de dinero.
Para Tomasa trabajaba una joven, despachando al publico a la cual le pagaba una miseria a cambio de pasarse el día trabajando sin parar.

Pero aquella joven no tenía familia, y nadie que la ayudase a nada, así que conservar ese trabajo era lo único que podía tener para pagar el alquiler de un cuarto pequeño.

Era casi de noche, cuando a la tienda llego una tarjeta de felicitación de su hermano Pedro, como cada año en esas fechas, en la que la invitaba a Tomasa y a su empleada Silvia, a su casa el día de Navidad.
Pero Tomasa en cuanto veía la tarjeta se ponía de mal humor y le decía a su empleada, que la echase al fuego que no servía para nada.

Pero su empleada Silvia, la guardaba en su bolsillo sin que Tomasa la viera, cosa que había estado haciendo desde que empezó a trabajar allí.
A Silvia le gustaba guardarlas para ella e imaginarse que era su familia quien se la mandaba, para estar con ella en Navidad.

Cuando llego la hora de cerrar la tienda esa noche (Tomasa, refunfuñando), le dijo a su empleada que al día siguiente no tenia que trabajar, ya que era Navidad y nadie iba a su tienda ese día.
Pero que no esperara que le pagase demás, y que al día siguiente después del día de  Navidad tendría que recompensarla trabajando el doble si quería seguir trabajando allí.

Si, señora contestaba (Silvia muy sumisa), y con las manos y los pies helados, por no tener suficiente dinero para comprase unas botas nuevas, unos guantes y un abrigo que le abrigase esos días de invierno, Silvia se marcho a su casa, (si es que se le podía llamar así).

Y Tomasa se marcho a su casa en el centro de la ciudad, era una casa tan grande, que ella solo vivía en la parte de abajo, sin subir nunca a la parte de arriba.

Su viejo perro la esperaba, como cada noche al lado de la chimenea esperando que se la encendiera para calentar sus viejos huesos.
Pero Tomasa era tan tacaña que solo echaba un poco de leña a la chimenea, así que el calor que desprendía era muy poco.

Se tomaba un vaso de caldo, y se acostaba enseguida, para así dormirse pronto, y por la mañana tener tiempo de contar todo el dinero que guardaba bajo una losa en su casa, ya que no se fiaba de los bancos.

Porque cada vez que podía, le gustaba contar todo el dinero, que había guardado con el paso de los años, sin importarle nada mas.

Pero algo paso esa noche, alguien llamo a su puerta haciendo mucho ruido, y Tomasa con muy mal genio dijo: ya voy, y abrió la puerta.
Aunque desconfiada, Tomasa pregunto, que quería siendo tan pequeño a esas hora de la noche.

Aquel pequeño le respondió algo asustado, traigo un mensaje de su empleada Silvia Señora, se ha puesto muy mala y como yo soy su vecino, mi madre me ha dicho que viniese a avisarla, ya que Silvia habla siempre muy bien de usted, y no tiene a nadie mas.

Tomasa se queda quieta y callada ante aquella situación, y el pequeño le dice señora yo ya la he avisado, me voy.

Tomasa cierra la puerta muy despacio mientras piensa: que se ha creído esa empleada, que yo tengo tiempo para ir a cuidarla, anda y que se cuide ella sola.

Pasaron las horas pero algo dentro de Tomasa no andaba bien, sentía algo que le molestaba en el pecho, algo parecido a la culpabilidad, se sentía mal de no ayudar a aquella joven.
Pero eso no puede ser se repetía a si misma, yo no soy su familia, a si que me iré a dormir.

Pero el sueño no le llegaba, ya que sin darse cuenta la preocupación por saber de aquella joven, tonta y torpe no dejaba de preocuparle.

Así que llego la mañana y Tomasa sin haber dormido nada esa noche y sintiéndose mal y angustiada, en ese momento oyó en la calle la gente diciendo ya es Navidad, felices fiestas.

Tomasa se vistió muy tranquila y se hizo un café y como ese día no tenia que ir a trabajar se propuso salir a la calle, y viendo la felicidad de las personas con las que se cruzaban, algo le paso, y es que el espíritu de la Navidad se le había contagiado, así que fue a comprar unos dulces y a visitar a Silvia su empleada.

Al llegar a casa de Silvia Tomasa llamo a la puerta, pero nadie respondió, así que volvió a llamar muy insistente, pero nada, nadie abrió, pero en ese momento el pequeño que fue a buscarla por la noche la vio allí y le dijo - que Silvia estaba mejor y que había salido a dar una vuelta para calentarse un ratito a sol.

Y Tomasa pensó que irresponsable, si esta mala no debería salir a la calle, debería estar descansando, así que tendré que ir a buscarla- dime niño sabes por donde estará, anda si me ayudas estos dulces que llevo aquí serán para ti.
Si señora yo le digo, y dándole Tomasa los dulces al pequeño se fue a buscar a su empleada Silvia.

Y justo en el parque de allí al lado, Silvia estaba sentada en un banco tomando el sol. Tomasa al verla le pregunto: ¿no estas enferma muchacha? si un poco respondió Silvia, pero es que en mi casa hace mucho frio.

Pues claro, dijo Tomasa refunfuñando, es que donde se esta bien con este frio es sentada al lado de una buena chimenea, así que vamos a mi casa, que allí nos calentaremos al lado de un buen fuego y te haré una sopa caliente para que te mejores.

Silvia sin apenas creérselo acepto de muy buenas ganas y se fue con Tomasa, su jefa y ahora según parecía su amiga.

Y así fue como Tomasa y Silvia se hicieron amigas, aunque pasado un tiempo se llevaban tan bien que parecían madre he hija.

Así que desde entonces, pasaron las Navidades siempre la una en compañía de la otra, cuidándose y desde aquel día Tomasa entendió que siempre es mejor tener a alguien a tu lado, aunque no sea de tu familia.

                                                        FIN
















miércoles, 16 de diciembre de 2015

Saturnino y las gallinas.

Amaneció un día muy soleado y Saturnino se levanto dispuesto a buscar sus pobres gallinas, antes de que alguien las echara al puchero.

Dio de comer a su burro Pastoro, y se encamino a buscar casa por casa del pueblo, preguntando a la gente si alguien había visto a sus gallinas, ya que se las habían robado.

Nadie supo decirle nada, excepto un niño que jugaba fuera de su casa, le dijo que el día antes había visto un hombre al que no conocía con un saco muy grande.

Y que cuando el le pregunto que llevaba en el saco, le dijo- que eso no le importaba, pero que el había visto que eran gallinas, porque asomaban el pico por el saco.

Saturnino se puso muy preocupado, pensando que probablemente no volvería a ver a sus gallinas.

Pero por cosas del destino, la madre de aquel niño le dijo, que como ella era cocinera un hombre de las afuera del pueblo, la había contratado para cocinar unas gallinas, y que le hiciera un buen caldo.

Saturnino le respondió, ¿y como sabes tu que esas gallinas no son de el?.

Contesto aquella mujer: porque lleva varios días buscando que alguien le vendiera unas gallinas, y la verdad no se donde las habrá comprado.

Entonces iré a ver a este señor, (dijo Saturnino enfadado), ya que yo reconozco muy bien a mis gallinas.

Eso hizo Saturnino, al llegar allí amarro su burro en un árbol que había en la entrada de aquella casa, y fue a llamar a la puerta, pero justo en ese momento escucho a sus gallinas cacareando.

Miro por el cristal de la ventana y vio a sus gallinas en una jaula en la cocina, que estaban dispuestas a ser cocinadas.

Saturnino no podía permitirlo, así que se puso a golpear la ventana, para llamar la atención del hombre que estaba en aquella casa.

Aquel hombre salió muy enfadado, y le dijo a Saturnino que se marchara de allí, que no quería visitas en su casa.

Pero Saturnino respondió que el se iría de allí cuando le diera a sus gallinas, (que el le había robado).

Pero aquel hombre le respondió, que tenia que ser un mal entendido, ya que las gallinas se las había encontrado sueltas en el campo.

Pero que como el no quería pelear con nadie, quiso hacer un trato, (si usted dice que son sus gallinas), yo se las daré, sin pelear, pero a cambio me quedare con una, que tengo muchas ganas de un buen caldo.

Nada de seo grito Saturnino, no harás ningún caldo con mis gallinas.

Y justo cuando las cosas se empezaban a poner feas, llego la cocinera que traía, un buen caldo en una cazuela, hecho de su casa.

Gracias a esa buena mujer, aquel hombre accedió a dar todas las gallinas a Saturnino.

Así que contento y muy feliz, Saturnino se marcho con sus gallinas a su casa.

Ya solo le quedaba recuperar a sus dos cabras, pero eso será otra historia.

























lunes, 14 de diciembre de 2015

Saturnino y sus animales .

En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía un hombre con sus animales, su nombre era Saturnino.

Corrían tiempos difíciles y el trabajo no abundaba mucho, así que Saturnino que es como todos los conocían en el pueblo tenía, una pequeña granja, era un hombre soltero y sin hijos a pesar de ser ya algo mayor, pero el era feliz junto a sus animales.

Se levantaba cada mañana al alba, y ordeñaba a sus dos cabras, daba de comer a los cerdos y cogía los huevos de sus amigas las gallinas, que como el decía: le regalaban cada mañana, huevos frescos.

Luego desayunaba, y después salia con su burro Pastoro a la plaza del pueblo a vender la leche de sus dos cabras  y los huevos de sus hermosas gallinas que según el, eran los mejores de la comarca.

Cuando Saturnino regresaba todos los días a su casa ya era mediodía, aunque el no se daba prisa en volver ya que a parte de sus animales nadie le esperaba.

Un día como otros muchos, Saturnino camino de su casa, se echo la siesta bajo un gran roble que había junto al camino.

Mientras el dormía muy tranquilo, su burro aprovechaba para comer toda la hierva que quería.

Pero paso que aquel día Saturnino durmió mas de la cuenta y cuando despertó ya era de noche.

Busco a su burro desesperado pero por mucho que lo llamaba el burro no aparecía.

Así que sin saber que hacer tomo el camino a su casa, pero cuando llego vio que los animales no estaban.

No veía a sus cabras y la puerta del gallinero estaba abierta, (o Dios mío) era lo único que tenía y me lo han robado todo.

Nervioso y con miedo, entro a su casa ya que era de noche, encendió la chimenea y se sentó a mirar como ardía la leña y pensando que cuando se hiciera de día tendría que ir a buscarlos ya que eran todo lo que el tenia.

 Y con el paso de los años les había tomado mucho cariño, y ahora no sabría vivir sin ellos.

A la mañana siguiente se dirigió a un pueblo cercano, donde todos los días había venta de animales de granja.

Y pensando que sus animales estarían allí en manos de un mal hombre, se fue a buscarlo.

Pero al llegar allí cual fue su sorpresa que su burro estaba amarrado al lado de otros burros y un comerciante quería venderlo.

Saturnino sin pensar siquiera, gritando muy fuerte, llamo a aquel comerciante ladrón, ese es mi burro Pastoro y me lo has robado sin vergüenza, y ahora pretendes vender lo que no es tuyo.

El comerciante de burros lo negó todo y le dijo que a el se lo habían vendido aquella misma mañana, y no tenia intención de perder el dinero que había pagado.

Pero Saturnino replico yo no tengo porque pagar por un animal que ya es mío, ademas llevamos muchos años juntos.

Tanto así fue, que el burro no paraba de tirar de la cuerda queriendo irse con el.

Pero Saturnino tenía muy poco dinero, solo lo justo para ir tirando día a día, así que no sabía que hacer.

Tenía que recuperar a su burro fuera como fuera, ya que sus gallinas y sus dos cabras no estaban allí.

Así que ideo un plan,  esperaría a que el pueblo se llenara de comerciantes y todo aquel que se acercase a su burro, con intención de comprarlo,ya el se encargaría de espantarlo.

 Diría cosas como (que el burro nadie lo quería), porque daba muchas coces y su anterior dueño se había quedado cojo por culpa del burro, así nadie lo compraría.

Y así lo hizo, cada vez que alguien se le acercaba, sin que el comerciante se diera cuenta, se ponía a hablar mal del burro, espantando a los compradores.

Y al llegar la noche espero que todos durmieran en aquel pueblo y con mucho cuidado, cogio a su burro que estaba amarrado en un viejo establo.

Cuando salieron del pueblo sin ser vistos, Saturnino se monto en su burro y se marcharon a casa, felices de estar juntos de nuevo.

Ya solo tenía que buscar a sus dos cabras y sus amigas las gallinas.

Pero eso lo sabremos en el siguiente capitulo.